sábado, 19 de noviembre de 2016

El día que llegué a El Día

Los ochenta, 1987 supongo. Llegué a El Día de Baleares con una protesta recién convocada. Hacía ya varios años que ese periódico estaba en la calle. Lo habían fundado, en 1981, entre otros,  Abel Matutes y el empresario hotelero Gabriel Barceló. Su primer director fue Antonio Alemany. Rompía, por el diseño y por la manera de enfocar las noticias, con la manera de hacer periodismo en las Islas. A mí me gustaban, sobre todo, las portadas, aunque no siempre (por no decir casi nunca) compartía sus interpretaciones. Pero había tejido allí grandes amistades.

Recién llegado,  o casi,  a Gremio Herreros del polígono de Son Castelló, que es donde estaba el periódico, me llamaron a un despacho que, entonces,  me pareció  un cuchitril y donde  alguien que me recordó, por la barba, al capitán Ahab de Moby Dick o al presidente  Abraham Lincoln me puso al tanto de la situación. Al parecer se estaba llamando al todo el personal del periódico para  saber qué posición iba a adoptar ante la protesta. Con el tiempo, comprobaría que el activismo y las ganas de protesta eran una seña de identidad de aquella plantilla en la que me integré. Incluso, en un acto conmemorativo, Gabriel Barceló dijo que, el suyo, había sido el primer periódico de Baleares en el que se había hecho huelga durante varios días. Cuando yo llegué, detrás del capitán Ahab había otro señor, delgado y con bigote, que  también me invitó a reflexionar sobre mi reciente incorporación a la empresa y sobre si, recién llegado, tenía razones para quejarme. Nunca he dejado de quejarme.

Había llegado a El Día casi recién salido del Baleares donde, cuando me daban el finiquito, alguien me dijo: ¨Tú, acabarás en El Día”. Y es que, casi nadie ignoraba en el Baleares que mi amiga del alma era Mariló Suárez,  que también era corresponsal de Diario 16,  que ya se había ido a El Día, y que antes de irse, a ella y a mí nos venían a buscar amigos del periódico de la calle Gremio Herreros. En aquella época, algo impensable hoy, el Baleares tenía un bar y allá nos esperaban Tomás Bordoy o Pepe Massot, que hoy luce en las  páginas de Cultura de La Vanguardia.

Efectivamente, llegué al El Día. Aunque lo primero que hice no me gustó nada. De hecho, era bastante frustrante. Aún existían los teletipos, esas máquinas que escupían rollos de papel con la noticias de agencia, y yo me tenía que encargar de seleccionar las que tenían que ver sobre España y teclearlas. Ya no había máquinas de escribir, sino ordenadores con pantalla verde, pero mi cometido era muy deprimente: copiar lo que las agencias habían escrito.
Así empecé en aquel periódico. Al poco descubrí que sólo podía ‘realizarme’, o aportar cierta ‘creatividad’, en los titulares y en los pies de foto. Titular y escribir pies de foto era lo único que me llenaba en aquella época. Sobre todo cuando llegó Yolanda Garisoaín, ‘Yoligari’ como la bauticé, una periodista de Pamplona a la que nunca he podido olvidar y que creo que ahora está por la República Dominicana. ‘Yoli’ y yo nos recreábamos en los pies de foto, que estaban menos vigilados que los titulares. Colamos un ‘el gobernador, por los suelos’ en una foto en que se veía a un gobernador del País Vasco agachado después de algo serio.
Por suerte, aquel suplicio se acabó y pudimos ocuparnos de la información local. Recuerdo un gran reportaje de Yolanda sobre Son Banya, que tituló ‘Al este del desdén’,  y que yo me metí en la información municipal en los días en que Ramón Aguiló no las tenía todas consigo.

Supongo que me viene a la memoria todo esto ante las noticias que llegan en este noviembre de 2016 sobre cambios en el accionariado del diario, que ahora se llama El Mundo de Baleares, y  que eso ha agitado mis recuerdos. No sé cómo acabará todo ni si la venta de las acciones de Barceló al grupo italiano que manda en El Mundo sólo es una estratagema. Me  gustaría que El Día siguiera en los quioscos porque es una parte de mí.

Creo que ese periódico es un caso único. Ha cambiado varias veces de nombre y ha sobrevivido. Me subí en el barco cuando era El Día;  viví su conversión a El Día 16; brevemente se llamó otra vez El Día; fue luego El Día del Mundo y acabó como El Mundo de Baleares. Si pudiera elegir, me quedaría con El Día del Mundo y la etapa de libertad que, con claroscuros, le dio Basilio Baltasar en la dirección. Pero también me esforzaría por entender a Tomás y algunas apuestas que hizo. Por lo que nunca pasaré es por aquella etapa,  para mí más triste y lamentable del periódico, la de Eduardo Inda. Inda representa, en mi opinión, lo peor del periodismo. Y eso explica la fuga de octubre de 2002, que algún día habrá que contar.
En fin, suerte. Os quiero ver en los quioscos. Cada día.


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